Rituales funerarios y de muerte
Una aproximación a las prácticas culturales de
los nahuas de la Sierra Negra de Puebla
Luisa Gabriela Avila Cortés
Introducción
Históricamente el individuo se ha preguntado
sobre el destino del sujeto una vez que el ciclo de vida avanza. Desde su
nacimiento, atraviesa varias etapas a lo largo de su crecimiento, alcanza una
madurez social y reproductiva que posteriormente irá menguando, pues el final
de su existencia se acerca para concluir con la muerte.
Mucho
sabemos del inicio de la vida y de la alegría que causa el nacimiento de un nuevo
ser, sin embargo la muerte es un tema del que poco se ha hablado por la
multiplicidad de reacciones que causa el saber un destino inevitable: asombro,
espanto, dolor, intriga… conmoción.
Cada
sociedad ha intentado dar explicaciones a este fenómeno según su tradición
cultural, hechos que son influidos por las creencias religiosas o del cosmos,
la herencia del grupo e incluso, la historia particular de cada pueblo y sus
habitantes.
En
Xaltepec, una comunidad nahua ubicada en la Sierra Negra del estado de Puebla,
la muerte se explica a partir de su relación con la vida. Aquí, los deudos y
amigos necesitan “cumplir con el difunto según el costumbre”, es decir, lograr
que la relación del mundo de los vivos y los muertos, sea armónica. Para ello,
las ceremonias funerarias cumplen un papel importante, pues es gracias al
correcto desempeño de éstas, como se podrá por un lado, evitar que el “mal aire”[1] del finado enferme a los
habitantes de la comunidad y por el otro, ayudarlo para arribar a su destino
final post mortem.
Es
bajo este contexto se ha concebido a los muertos o “abuelitos nahuas” como
parte integral de la comunidad por lo que deben ser respetados, honrados y
conmemorados, pues es impensable el olvido de los ancestros ya que implicaría a
su vez, una negación de su pasado y memoria colectiva.
Los
rituales funerarios en Xaltepec
“El cerro de arena” o Xaltepec es una
Inspectoría que cuenta con aproximadamente 1000 habitantes (Diario de campo,
Xaltepec, Metzontla y Aticpac, Noviembre del 2010). Se ubica en la región
conocida como Sierra Negra, al sureste del estado de Puebla.
Sus
pobladores se autoadscriben como nahuas, pues según los relatos orales fueron
personas de este grupo los que ocuparon esta región siglos atrás, versión que
coincide con los registros históricos de la zona (Romero, 2006). Pese a que la
educación básica institucional y el contacto con los habitantes de otras
regiones han permitido que se practique el bilingüismo, el náhuatl es la lengua
que se habla entre los oriundos del lugar.
La
agricultura de maíz, frijol y café es la primera actividad productiva en
Xaltepec, seguida del comercio a mínima escala entre miembros de la comunidad o
en la cabecera municipal con integrantes de otras poblaciones. La emigración
aunque es efectuada en su mayoría por jóvenes, se realiza principalmente de
manera temporal y aún no representa un ingreso significativo en la economía del
lugar.
En
la región en general, se experimentan condiciones de marginación económica,
educativa, social y de infraestructura (Consejo Nacional de Evaluación de la
Política de Desarrollo Social, 2010). Por su parte, la práctica del catolicismo
como religión predominante en la comunidad, se realiza según adecuaciones
locales, pues a través de un sistema de mayordomías y de catequismo semanal, un
líder o catequista local imparte la doctrina.
En
este sentido, las festividades religiosas por la adquisición de sacramentos son
un espacio importante donde se practica la convivencia vecinal, de igual modo
ayudan a la creación de lazos extracomunitarios de reciprocidad con la aceptación
de los “compromisos” (Carrasco y Robichaux,
2005: 470) que adquieren los padrinos.
Además
en Xaltepec, los sacramentos católicos como ceremonias rituales, son una forma
de representar públicamente cambios de etapas en el ciclo de vida del sujeto: bautizo,
primera comunión, confirmación, matrimonio y muerte. De estos momentos o
rituales de paso (Van Gennep, 2008: 25), las ceremonias funerarias son las que
unen a dos mundos de naturaleza distintas: el de los vivos y el de los muertos.
Las
prácticas culturales que se llevan a cabo en los rituales funerarios se pueden
dividir en dos grupos: las inmediatas y las extendidas. Aunque de manera estructural,
estas prácticas coinciden con las realizadas en otras regiones nahuas de
México, cada una de ellas tiene características específicas dignas de mención.
Prácticas
culturales inmediatas del ritual funerario
El fallecimiento. Cuando una persona
muere, el “padrino” debe cumplir con las responsabilidades de “padrino de
difunto”. Es decir, debe ser el hombre, la mujer o la pareja con quien/es
compartió los sacramentos más importantes de la religión católica, o en caso de
previa muerte sus descendientes, quien “vista” al difunto con ropa nueva para
ser enterrado con ésta.
El color del atuendo representa
la dicotomía completo/incompleto y pureza/impureza del finado, varía según la
condición conyugal del difunto y los sacramentos católicos que haya recibido a
lo largo de su vida. Los niños que no fueron bautizados o los adultos menores
de 25 años solteros pueden vestirse de cualquier color incluyendo el blanco; de
manera poco recurrente, también pueden usar atuendos o túnicas a semejanza de
cualquier Santo de la devoción católica de los deudos. Los adultos que tuvieron
vida conyugal, son arreglados en vestimenta azul; el color blanco o el morado solo
se utilizan en aquellos que recibieron el sacramento matrimonial.
Mientras tanto, el
carpintero de la comunidad elabora la caja de madera en la que se hará la
velación del finado. El ataúd se colocará en la casa del difunto sobre una mesa
en medio de una habitación frente al altar doméstico, aquí los familiares y
padrino lo sahumarán junto con la ropa que vestirá el cadáver, después serán
rociados con una flor blanca (preferentemente tzatzatzli) bañada en agua bendita, para purificar todo aquello que
tenga contacto con el cuerpo del difunto. Solo el padrino puede vestir y cargar
al cadáver, además con un listón se le sujetarán las manos.
Una regla estipulada por
“el costumbre” es que a partir del deceso, los deudos no pueden cambiarse de
ropa ni bañarse, expresión que cesa hasta el entierro.
El velorio. Comienza la noche posterior
al deceso y previa al entierro. Los “caseros”, vecinos y miembros de la
comunidad en actos de solidaridad, se reparten la ejecución de diversas tareas:
notificar al Inspector para el levantamiento del acta de defunción y otorgar el
espacio del “hoyo” de la tumba en el panteón local, así como acordar con el rezandero(a)
para que encabece los rezos del velorio, el novenario y la ceremonia que
practicará para levantar la cruz del difunto como servicio gratuito a los
miembros de la comunidad.
“El costumbre” establece
que cada persona que vaya a “saludar” al difunto en el velorio, debe llevar artículos
o un donativo económico para auxiliar con la carga de trabajo y de gastos a los
deudos.
A las ocho de la noche, el
rezandero inicia con la dirección del rosario que tendrá una duración de una
hora o una hora y media. Al término se ofrece café, pan y “un taco”.
En Xaltepec no se muestran
distinciones entre el velorio de niños (o juegos de angelitos) y el de adultos,
de manera que en ambos se percibe un ambiente de solemnidad y seriedad.
Esta noche es la primera
que pasa el difunto en su nueva condición en la que aún no se sitúa ni como
vivo ni como muerto, por ello, es importante que los deudos lo acompañen, para
evitar que el alma se quede sola y deambule en un camino oscuro en ausencia de
la guía de los rezos. Además, podría tomar venganza contra aquellos que no lo
“despidieron” por medio de apariciones que espantan y horrorizan, por lo que sin
distinción de edad o género, se debe asistir al velorio.
Si el padrino acompañó a la
familia, se le debe “atender” con aguardiente así como a los demás asistentes
para poder así, soportar la jornada extenuante.
El entierro. A la mañana siguiente se
puede rezar en la casa antes de colocar los objetos que llevará el muerto en su
“viaje”: aguardiente, bastón, flores, leche. La caja es sellada con clavos y
llevada al panteón, tanto el cargar como el cavar la fosa son actividades prohibidas
para los deudos.
En su camino al panteón, el
cortejo a su paso va incensando. A la llegada, en contadas ocasiones, el
rezandero pronuncia oraciones, generalmente se guarda silencio mientras la caja
desciende y después se tiran flores, hojas de xómetl (sauco) u otra planta que los asistentes utilizaron para
“limpiarse” la enfermedad del “mal aire” que pudieran haber adquirido por el
contacto con el difunto. Los presentes se despiden del fallecido aventando un
puño de tierra sobre el ataúd, que después será cubierto con más tierra para
conformar el sepulcro.
Los familiares reparten
bebidas y alimentos entre los acompañantes y auxiliares de las tareas, mismos
que serán apreciados en un momento de convivencia solemne junto a la tumba. Al
finalizar, un representante masculino de la familia nuclear agradece la
asistencia e invita a los rezos nocturnos del novenario.
El novenario. A partir de la primera
noche del novenario, se traza con arena o ceniza en forma de cruz, el lugar donde
se ubicó y veló al difunto; en la cabeza, las manos y los pies se colocan
veladoras para delimitar la extensión de alcance del cuerpo dentro de la
habitación. Esta cruz se llama “principal”.
Desde esa noche el
rezandero protagoniza los rosarios que “guían” el camino del “alma” del
difunto. Alrededor de esa cruz principal los asistentes se disponen para rezar
los rosarios durante nueve noches que duran como en el velorio, entre una hora
u hora y media y finalizan con el convite de café y pan que ofrecen los
“caseros”.
Además de la cruz principal,
los deudos por elección personal pueden o no colocar otras señales
“secundarias” en los lugares donde haya ocurrido el fallecimiento: en cama
dentro de la casa si es que se trató de un enfermo o anciano, o en el lugar del
accidente o asesinato, en caso de una muerte inesperada. Sobre estas cenizas
también pueden situarse veladoras que de manera similar a las de la cruz principal,
se apagarán en la ceremonia de la segunda levantada de cruz realizada al mes
del deceso.
Con
la señal de las cruces, los familiares reconocen la existencia implícita del
“alma” del difunto en la convivencia doméstica y vecinal, además indican los lugares
que tuvieron contacto con el cadáver los cuales se espera que en la ceremonia
de levantada de cruz, queden limpios de la presencia contaminante del difunto
que pudiera enfermar a los vivos.
La levantada de la cruz y su repetición ceremonial. Mientras transcurren los días del novenario, los deudos acuerdan con el
padrino la adquisición de la cruz, para ello deben llevar insumos necesarios
para realizar un convite entre las dos familias
Por
la tarde del último día del novenario, el padrino y sus acompañantes llegan con
la cruz de madera o metal, adornada con listones blancos, grabada con el nombre
del difunto y la fecha del deceso. Con la compañía del rezandero, el cortejo se
detiene antes de entrar a la casa del difunto, los “caseros” junto con otros familiares
que decidieron acompañar los reciben con copal en el umbral. Ambos grupos
guiados por el rezandero pronuncian una letanía seguida del canto “Venid
pecadores”.
Mientras, un representante
masculino de la familia del difunto acude al encuentro de la cruz para que sea
sahumada y besada por cada uno de los deudos. Ambos grupos entran a la casa y
la cruz ahora en manos del rezandero, la recuesta sobre la tabla o mesa donde
está trazada la “cruz principal” mientras el canto habla del sufrimiento de
Jesús, que metafóricamente acepta la “caída” de la cruz, es decir, el deceso de
la persona amada.
Una vez que la cruz yace
horizontal, los asistentes rezan el último rosario del novenario. Al final, los
“caseros” ofrecen alimentos, pero en especial al padrino se le asigna una mesa
dispuesta especialmente para él/ella (ellos), arreglada con flores y un vaso
lleno de maíz o arena que se aprovechará como soporte de una vela que será
prendida durante la estancia del padrino y se apagará a su retiro. El vaso, representa
las obligaciones del padrino, pues se cree que la arena, el maíz o la ceniza
(que también son utilizados para trazar el lugar donde estuvo el cadáver
durante la velación), simbolizan la tierra en la que está enterrado el difunto.
Mientras
la gente cena, se reparte aguardiente y cigarros, actos que durarán toda la
noche y hasta el levantamiento de la cruz por la mañana.
Previo
al amanecer, el rezandero pronuncia otro rosario seguido de una letanía y del
canto “Santo Entierro”, con el que el padrino colocará la cruz de manera
vertical. Después un representante la turnará para que la familia bese e
inciense uno por uno la cruz, mientras el padrino reunirá las señales de cruces
“principal y secundarias”. También son recolectados los restos de veladoras, los
cabos de velas, las flores secas, la tabla en la que se recostó el cadáver
durante el velorio y la ropa que vestía el difunto al fallecer.
Al finalizar la ceremonia,
los “caseros” nuevamente ofrecen alimentos para desayunar y se agradece la
asistencia. La ceremonia de levantada de cruz se dará por concluida alrededor
de las once de la mañana.
Algunos vecinos en Xaltepec
acostumbran quedarse con la cruz (ya levantada) algunos días en la casa, pues
con la realización de este ceremonia, disminuye el riesgo de que el “alma” del
difunto enferme de “mal aire” a los vivos. Otros deudos prefieren llevar la
cruz de inmediato, se colocará a la cabeza de la tumba y la “basura”
recolectada durante la ceremonia, será enterrada a los pies de la misma.
Durante un mes posterior al
deceso, se mantienen las veladoras encendidas que se situaron donde estaban la
(las) cruz (cruces) “principal” y en su caso “secundarias”. Antes del
cumplimiento del mensuario, los familiares del difunto nuevamente visitan a los
padrinos con obsequios para acordar la próxima ceremonia de levantada de cruz,
que se realizará de manera similar al mes previo. En esta ocasión, el padrino reunirá
las flores secas con las que se adornaba el altar, los restos de las veladoras y
en caso de accidente la tierra donde ocurrió, y a partir de ese día las
veladoras se apagarán.
Además de la cruz que se
colocará en la tumba del difunto, los padrinos regalan una pequeña a la
familia, adornada con listones blancos, grabada con el nombre y fecha del
deceso, que será dispuesta en el altar de la casa de los deudos como una señal
de recuerdo del difunto. Este última permite a los deudos hacer una asociación
metafórica con el ser amado ausente, para contar con su presencia en el espacio
doméstico.
Algunos padrinos escogen
hacer levantada de cruz a los seis meses o al aniversario del fallecimiento,
actos que conllevan la repetición del culto anual hasta el cumplimiento de los
siete años. La decisión quedará representada en la casa de los deudos con la
vela en el vaso, y la mesa arreglada para ser ocupada.
Cuando se opta por la
celebración anual, el protocolo es mantenido como en las anteriores levantadas
de cruz. En algunos casos, el padrino solicita la visita del párroco de la
cabecera municipal y paga por los servicios de una misa.
Debido a que los difuntos
sólo podrán convertirse en “abuelito nahua” al séptimo aniversario de su
deceso, será preciso mantener el luto mientras tanto.
Prácticas
y creencias extendidas del ritual
De vuelta al mundo social: El final del duelo. Hasta el cumplimiento del séptimo aniversario luctuoso se espera que la
familia al fin se vea libre de la tristeza, dolor, estupor y luto por su
difunto, ciclo que expresará con la organización de una gran fiesta.
La importancia de esta
festividad se debe a que hasta este momento se logra definitivamente la
separación del muerto del mundo de los vivos (aunque no por ello se prohíba su
visita anual en la Fiesta de los Muertos) y a la vez, se espera la agregación
del difunto al otro mundo, que en el ideal que los habitantes de Xaltepec sería
el “Reino de Dios”.
Así
como en las levantadas de cruz anteriores, el padrino tiene la obligación de regalar
una para la tumba del difunto, también ropa (preferentemente blanca) para toda
la familia del difunto y un “rosario de difunto” para colgar. Estas prendas deben
ser utilizadas en la fiesta que marcará la culminación del luto financiada por
el padrino.
El
día previo a la conmemoración del séptimo año del deceso, el padrino y sus
acompañantes acuden a la casa del difunto con la familia que recibirá la cruz y
nuevamente, se velará toda la noche para ser levantada al día siguiente junto
con las señales que marcan el cuerpo donde se ubicó el difunto.
Tal
como se realizó en ceremonias anteriores, después del levantamiento de cruz,
los “caseros” ofrecen alimentos como agradecimiento por las atenciones del
padrino y una vez que éste terminó de ingerir, los deudos levantan el mantel o
plástico que estaba sobre la mesa y la vela montada en el vaso, para ser
apagada por última vez por los mismos. Con ello se manifiesta que el padrino
cumplió con las obligaciones adquiridas en este compromiso que duró siete años.
La fastuosidad de la
celebración depende del monto económico que el padrino desee aportar, ya que
puede solicitar los servicios del sacerdote de la cabecera municipal para
ofrecer una misa, contratar sonido musical para el baile nocturno y ofrecer
aguardiente y cerveza. Los “caseros” por su parte, son los encargados de preparar
los alimentos festivos.
Sin exclusión, los miembros
de la comunidad y de poblaciones vecinas están cordialmente invitados a esta
celebración, tal como se realiza en otras fiestas multitudinarias. Es en este
espacio donde nuevamente los deudos sin el temor a la sanción social, tienen la
posibilidad de reincorporarse a celebraciones comunales.
El recuerdo anual de los “abuelitos”: la Fiesta de los Muertos. Los difuntos pueden tener diversas maneras de relacionarse con los
vivos en Xaltepec, como en la enfermedad o en los sueños y en la celebración
anual que se hace en su honor.
Esta Fiesta abarca del 31
de octubre que es cuando se comienzan a situar las ofrendas, al 2 de noviembre
que se retiran y se acude al panteón para visitar la tumba del difunto. Esta
celebración se establece como un compromiso que los vivos deben realizar para
así evitar la pérdida de memoria sobre aquellos que “ya no están en este
mundo”, incluyendo desde los “nuevos” (o los que murieron en ese mismo año) como
a los “abuelitos” (o difuntos que han cumplido más de siete aniversarios
luctuosos).
La convivencia podría
decirse que es armoniosa y pacífica a través del ofrecimiento de olores de los
alimentos, de las flores o del copal. De este modo, los vivos sustentan las
“almas” de los difuntos quienes acuden gozosos a disfrutar del festín; sin
embargo, los muertos también pueden hacerse presentes con sanciones en caso del
olvido u omisión de las obligaciones que se tienen hacia ellos.
Las
velas juegan un papel importante en esta celebración como lo fueron en las
prácticas funerarias inmediatas. Se les relaciona con la luminiscencia que guía
el camino de las almas para su encuentro con Dios y con el regreso a casa en el
mundo de los vivos. Las flores también recuerdan el motivo fúnebre de esta
celebración, pues las ofrendas se adornan además de cempoaxóchitl con tzatzatzli.
A pesar de que estrictamente
las “almas” no son agentes potenciales de enfermedad de “mal aire”, puesto que
ya no se encuentran en relación cotidiana con los vivos, los relatos orales
confirman que el menosprecio a su homenaje con alimentos y velas, o el goce de
los vivos en los días destinados a los finados, pudieran desatar su furia y
castigar de manera severa con la muerte.
Consideraciones
finales
Puesto que las ceremonias mortuorias en Xaltepec
tienen la finalidad de separar al difunto del mundo de los vivos y a su vez,
agregarlo a su destino post mortem final, su realización debe ser llevada a
cabo según las reglas del “costumbre”, es decir, la manera correcta en que ambos
mundos deberían relacionarse.
En
Xaltepec, la enfermedad del “mal aire” constituye una forma de corroborar por
un lado, que persiste una relación entre el espacio de los vivos y el de los
muertos, y por el otro, que pese a la muerte, el individuo sigue formando parte
de la comunidad. Las prácticas culturales de la muerte enfatizan en el cuidado
del “alma” del difunto, pues se sustentan en una idea bipartita del cuerpo del
cual, el componente inmaterial conformaría la parte esencial de la persona.
Las
prácticas culturales relacionadas a la muerte confirman a su vez, la
importancia de la reciprocidad entre vivos (compadrazgo) y entre vivos y muertos
(ceremonias mortuorias y recuerdo anual en la Fiesta de los Muertos), gracias a
ello existe una continuidad de la memoria colectiva, que como en la concepción
de la muerte de los nahuas de Xaltepec, su premisa básica es que no constituye
un fin, sino una prolongación de la vida.
Bibliografía
AVILA Cortés, Luisa Gabriela (2008).
“Yoloxóchitl y santuario para el corazón”: Cosmovisión, conocimiento y uso
médico de plantas entre nahuas de Puebla. Puebla, México. Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla. Título de Licenciada en Antropología Social.
CARRASCO Rivas, Guillermo y David Robichaux
(2005). “Parentesco, compadrazgo y ayuda: El caso de las fiestas de
quinceañeras en Tlaxcala” en David Robichaux (Comp.) Familia y parentesco en
México y Mesoamérica. Unas miradas antropológicas. Universidad Iberoamericana.
México. Pp. 461-492.
ROMERO López, Laura Elena (2006). Cosmovisión,
cuerpo y enfermedad. El espanto entre los nahuas de Tlacotepec de Díaz, Puebla.
Instituto Nacional de Antropología e Historia/ CONACULTA. México.
VAN Gennep, Arnold (2008). Los ritos de paso.
Alianza editorial. España.
[1] Para estos nahuas, el “mal aire” es una enfermedad adquirible bajo dos
circunstancias: La primera cuando el difunto tiene una relación directa con los
vivos, es decir, durante el tiempo que el cadáver aún tiene contacto físico con
éstos en las exequias (fallecimiento, velación y entierro); y la segunda,
cuando pese a que no existe un acercamiento tangible entre el cadáver y los
vivos, el “alma” aún lo tiene (novenario y levantadas de cruz).
Esta
patología es concebida como una enfermedad altamente contagiosa, percibida como
una suerte de “suciedad pegajosa” provocada por el roce de un “aire” o la parte
inmaterial del individuo que se desprende cuando fallece, únicamente se percibe
a través del tacto y puede dañar a niños y adultos. Los síntomas más
recurrentes son mareo, inapetencia, dolor de cuerpo, cansancio, vómito, tos,
fiebres; los infantes además, lloran mucho, se despiertan alterados en la noche
y sufren dolores de cabeza.
Para
su curación, se utilizan varias terapéuticas como las “limpias” o “barridas”
(acto de deslizar una planta medicinal sobre el cuerpo del enfermo) con
albahaca, canela, xómetl (sauco) o
ruda bañadas en aguardiente para llevarse la patología en ésta y también,
aspirar el humo de hojas quemadas de ajo, chiltépetl
(chile chiltepín) y romero (Ávila, 2008: 77-103).