martes, 5 de febrero de 2013

PONENCIA DE LA MTRA. LUISA GABRIELA ÁVILA CORTÉS Mesa La Muerte en contextos culturales americanos de ascendencia indígena con una mirada antropológica


Rituales funerarios y de muerte

Una aproximación a las prácticas culturales de los nahuas de la Sierra Negra de Puebla

Luisa Gabriela Avila Cortés

 

 

Introducción

Históricamente el individuo se ha preguntado sobre el destino del sujeto una vez que el ciclo de vida avanza. Desde su nacimiento, atraviesa varias etapas a lo largo de su crecimiento, alcanza una madurez social y reproductiva que posteriormente irá menguando, pues el final de su existencia se acerca para concluir con la muerte.

            Mucho sabemos del inicio de la vida y de la alegría que causa el nacimiento de un nuevo ser, sin embargo la muerte es un tema del que poco se ha hablado por la multiplicidad de reacciones que causa el saber un destino inevitable: asombro, espanto, dolor, intriga… conmoción.

            Cada sociedad ha intentado dar explicaciones a este fenómeno según su tradición cultural, hechos que son influidos por las creencias religiosas o del cosmos, la herencia del grupo e incluso, la historia particular de cada pueblo y sus habitantes.

            En Xaltepec, una comunidad nahua ubicada en la Sierra Negra del estado de Puebla, la muerte se explica a partir de su relación con la vida. Aquí, los deudos y amigos necesitan “cumplir con el difunto según el costumbre”, es decir, lograr que la relación del mundo de los vivos y los muertos, sea armónica. Para ello, las ceremonias funerarias cumplen un papel importante, pues es gracias al correcto desempeño de éstas, como se podrá por un lado, evitar que el “mal aire”[1] del finado enferme a los habitantes de la comunidad y por el otro, ayudarlo para arribar a su destino final post mortem.

            Es bajo este contexto se ha concebido a los muertos o “abuelitos nahuas” como parte integral de la comunidad por lo que deben ser respetados, honrados y conmemorados, pues es impensable el olvido de los ancestros ya que implicaría a su vez, una negación de su pasado y memoria colectiva.

 

Los rituales funerarios en Xaltepec

“El cerro de arena” o Xaltepec es una Inspectoría que cuenta con aproximadamente 1000 habitantes (Diario de campo, Xaltepec, Metzontla y Aticpac, Noviembre del 2010). Se ubica en la región conocida como Sierra Negra, al sureste del estado de Puebla.

            Sus pobladores se autoadscriben como nahuas, pues según los relatos orales fueron personas de este grupo los que ocuparon esta región siglos atrás, versión que coincide con los registros históricos de la zona (Romero, 2006). Pese a que la educación básica institucional y el contacto con los habitantes de otras regiones han permitido que se practique el bilingüismo, el náhuatl es la lengua que se habla entre los oriundos del lugar.

            La agricultura de maíz, frijol y café es la primera actividad productiva en Xaltepec, seguida del comercio a mínima escala entre miembros de la comunidad o en la cabecera municipal con integrantes de otras poblaciones. La emigración aunque es efectuada en su mayoría por jóvenes, se realiza principalmente de manera temporal y aún no representa un ingreso significativo en la economía del lugar.

            En la región en general, se experimentan condiciones de marginación económica, educativa, social y de infraestructura (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, 2010). Por su parte, la práctica del catolicismo como religión predominante en la comunidad, se realiza según adecuaciones locales, pues a través de un sistema de mayordomías y de catequismo semanal, un líder o catequista local imparte la doctrina.

            En este sentido, las festividades religiosas por la adquisición de sacramentos son un espacio importante donde se practica la convivencia vecinal, de igual modo ayudan a la creación de lazos extracomunitarios de reciprocidad con la aceptación de los “compromisos” (Carrasco y Robichaux, 2005: 470) que adquieren los padrinos.

            Además en Xaltepec, los sacramentos católicos como ceremonias rituales, son una forma de representar públicamente cambios de etapas en el ciclo de vida del sujeto: bautizo, primera comunión, confirmación, matrimonio y muerte. De estos momentos o rituales de paso (Van Gennep, 2008: 25), las ceremonias funerarias son las que unen a dos mundos de naturaleza distintas: el de los vivos y el de los muertos.

            Las prácticas culturales que se llevan a cabo en los rituales funerarios se pueden dividir en dos grupos: las inmediatas y las extendidas. Aunque de manera estructural, estas prácticas coinciden con las realizadas en otras regiones nahuas de México, cada una de ellas tiene características específicas dignas de mención.

 

Prácticas culturales inmediatas del ritual funerario

El fallecimiento. Cuando una persona muere, el “padrino” debe cumplir con las responsabilidades de “padrino de difunto”. Es decir, debe ser el hombre, la mujer o la pareja con quien/es compartió los sacramentos más importantes de la religión católica, o en caso de previa muerte sus descendientes, quien “vista” al difunto con ropa nueva para ser enterrado con ésta.

El color del atuendo representa la dicotomía completo/incompleto y pureza/impureza del finado, varía según la condición conyugal del difunto y los sacramentos católicos que haya recibido a lo largo de su vida. Los niños que no fueron bautizados o los adultos menores de 25 años solteros pueden vestirse de cualquier color incluyendo el blanco; de manera poco recurrente, también pueden usar atuendos o túnicas a semejanza de cualquier Santo de la devoción católica de los deudos. Los adultos que tuvieron vida conyugal, son arreglados en vestimenta azul; el color blanco o el morado solo se utilizan en aquellos que recibieron el sacramento matrimonial.

Mientras tanto, el carpintero de la comunidad elabora la caja de madera en la que se hará la velación del finado. El ataúd se colocará en la casa del difunto sobre una mesa en medio de una habitación frente al altar doméstico, aquí los familiares y padrino lo sahumarán junto con la ropa que vestirá el cadáver, después serán rociados con una flor blanca (preferentemente tzatzatzli) bañada en agua bendita, para purificar todo aquello que tenga contacto con el cuerpo del difunto. Solo el padrino puede vestir y cargar al cadáver, además con un listón se le sujetarán las manos.

Una regla estipulada por “el costumbre” es que a partir del deceso, los deudos no pueden cambiarse de ropa ni bañarse, expresión que cesa hasta el entierro.

            El velorio. Comienza la noche posterior al deceso y previa al entierro. Los “caseros”, vecinos y miembros de la comunidad en actos de solidaridad, se reparten la ejecución de diversas tareas: notificar al Inspector para el levantamiento del acta de defunción y otorgar el espacio del “hoyo” de la tumba en el panteón local, así como acordar con el rezandero(a) para que encabece los rezos del velorio, el novenario y la ceremonia que practicará para levantar la cruz del difunto como servicio gratuito a los miembros de la comunidad.

“El costumbre” establece que cada persona que vaya a “saludar” al difunto en el velorio, debe llevar artículos o un donativo económico para auxiliar con la carga de trabajo y de gastos a los deudos.

A las ocho de la noche, el rezandero inicia con la dirección del rosario que tendrá una duración de una hora o una hora y media. Al término se ofrece café, pan y “un taco”.

En Xaltepec no se muestran distinciones entre el velorio de niños (o juegos de angelitos) y el de adultos, de manera que en ambos se percibe un ambiente de solemnidad y seriedad.

Esta noche es la primera que pasa el difunto en su nueva condición en la que aún no se sitúa ni como vivo ni como muerto, por ello, es importante que los deudos lo acompañen, para evitar que el alma se quede sola y deambule en un camino oscuro en ausencia de la guía de los rezos. Además, podría tomar venganza contra aquellos que no lo “despidieron” por medio de apariciones que espantan y horrorizan, por lo que sin distinción de edad o género, se debe asistir al velorio.

Si el padrino acompañó a la familia, se le debe “atender” con aguardiente así como a los demás asistentes para poder así, soportar la jornada extenuante.

El entierro. A la mañana siguiente se puede rezar en la casa antes de colocar los objetos que llevará el muerto en su “viaje”: aguardiente, bastón, flores, leche. La caja es sellada con clavos y llevada al panteón, tanto el cargar como el cavar la fosa son actividades prohibidas para los deudos.

En su camino al panteón, el cortejo a su paso va incensando. A la llegada, en contadas ocasiones, el rezandero pronuncia oraciones, generalmente se guarda silencio mientras la caja desciende y después se tiran flores, hojas de xómetl (sauco) u otra planta que los asistentes utilizaron para “limpiarse” la enfermedad del “mal aire” que pudieran haber adquirido por el contacto con el difunto. Los presentes se despiden del fallecido aventando un puño de tierra sobre el ataúd, que después será cubierto con más tierra para conformar el sepulcro.

Los familiares reparten bebidas y alimentos entre los acompañantes y auxiliares de las tareas, mismos que serán apreciados en un momento de convivencia solemne junto a la tumba. Al finalizar, un representante masculino de la familia nuclear agradece la asistencia e invita a los rezos nocturnos del novenario.

El novenario. A partir de la primera noche del novenario, se traza con arena o ceniza en forma de cruz, el lugar donde se ubicó y veló al difunto; en la cabeza, las manos y los pies se colocan veladoras para delimitar la extensión de alcance del cuerpo dentro de la habitación. Esta cruz se llama “principal”.

Desde esa noche el rezandero protagoniza los rosarios que “guían” el camino del “alma” del difunto. Alrededor de esa cruz principal los asistentes se disponen para rezar los rosarios durante nueve noches que duran como en el velorio, entre una hora u hora y media y finalizan con el convite de café y pan que ofrecen los “caseros”.

Además de la cruz principal, los deudos por elección personal pueden o no colocar otras señales “secundarias” en los lugares donde haya ocurrido el fallecimiento: en cama dentro de la casa si es que se trató de un enfermo o anciano, o en el lugar del accidente o asesinato, en caso de una muerte inesperada. Sobre estas cenizas también pueden situarse veladoras que de manera similar a las de la cruz principal, se apagarán en la ceremonia de la segunda levantada de cruz realizada al mes del deceso.

            Con la señal de las cruces, los familiares reconocen la existencia implícita del “alma” del difunto en la convivencia doméstica y vecinal, además indican los lugares que tuvieron contacto con el cadáver los cuales se espera que en la ceremonia de levantada de cruz, queden limpios de la presencia contaminante del difunto que pudiera enfermar a los vivos.

La levantada de la cruz y su repetición ceremonial. Mientras transcurren los días del novenario, los deudos acuerdan con el padrino la adquisición de la cruz, para ello deben llevar insumos necesarios para realizar un convite entre las dos familias

            Por la tarde del último día del novenario, el padrino y sus acompañantes llegan con la cruz de madera o metal, adornada con listones blancos, grabada con el nombre del difunto y la fecha del deceso. Con la compañía del rezandero, el cortejo se detiene antes de entrar a la casa del difunto, los “caseros” junto con otros familiares que decidieron acompañar los reciben con copal en el umbral. Ambos grupos guiados por el rezandero pronuncian una letanía seguida del canto “Venid pecadores”.

Mientras, un representante masculino de la familia del difunto acude al encuentro de la cruz para que sea sahumada y besada por cada uno de los deudos. Ambos grupos entran a la casa y la cruz ahora en manos del rezandero, la recuesta sobre la tabla o mesa donde está trazada la “cruz principal” mientras el canto habla del sufrimiento de Jesús, que metafóricamente acepta la “caída” de la cruz, es decir, el deceso de la persona amada.

Una vez que la cruz yace horizontal, los asistentes rezan el último rosario del novenario. Al final, los “caseros” ofrecen alimentos, pero en especial al padrino se le asigna una mesa dispuesta especialmente para él/ella (ellos), arreglada con flores y un vaso lleno de maíz o arena que se aprovechará como soporte de una vela que será prendida durante la estancia del padrino y se apagará a su retiro. El vaso, representa las obligaciones del padrino, pues se cree que la arena, el maíz o la ceniza (que también son utilizados para trazar el lugar donde estuvo el cadáver durante la velación), simbolizan la tierra en la que está enterrado el difunto.

            Mientras la gente cena, se reparte aguardiente y cigarros, actos que durarán toda la noche y hasta el levantamiento de la cruz por la mañana.

            Previo al amanecer, el rezandero pronuncia otro rosario seguido de una letanía y del canto “Santo Entierro”, con el que el padrino colocará la cruz de manera vertical. Después un representante la turnará para que la familia bese e inciense uno por uno la cruz, mientras el padrino reunirá las señales de cruces “principal y secundarias”. También son recolectados los restos de veladoras, los cabos de velas, las flores secas, la tabla en la que se recostó el cadáver durante el velorio y la ropa que vestía el difunto al fallecer.

Al finalizar la ceremonia, los “caseros” nuevamente ofrecen alimentos para desayunar y se agradece la asistencia. La ceremonia de levantada de cruz se dará por concluida alrededor de las once de la mañana.

Algunos vecinos en Xaltepec acostumbran quedarse con la cruz (ya levantada) algunos días en la casa, pues con la realización de este ceremonia, disminuye el riesgo de que el “alma” del difunto enferme de “mal aire” a los vivos. Otros deudos prefieren llevar la cruz de inmediato, se colocará a la cabeza de la tumba y la “basura” recolectada durante la ceremonia, será enterrada a los pies de la misma.

Durante un mes posterior al deceso, se mantienen las veladoras encendidas que se situaron donde estaban la (las) cruz (cruces) “principal” y en su caso “secundarias”. Antes del cumplimiento del mensuario, los familiares del difunto nuevamente visitan a los padrinos con obsequios para acordar la próxima ceremonia de levantada de cruz, que se realizará de manera similar al mes previo. En esta ocasión, el padrino reunirá las flores secas con las que se adornaba el altar, los restos de las veladoras y en caso de accidente la tierra donde ocurrió, y a partir de ese día las veladoras se apagarán.

Además de la cruz que se colocará en la tumba del difunto, los padrinos regalan una pequeña a la familia, adornada con listones blancos, grabada con el nombre y fecha del deceso, que será dispuesta en el altar de la casa de los deudos como una señal de recuerdo del difunto. Este última permite a los deudos hacer una asociación metafórica con el ser amado ausente, para contar con su presencia en el espacio doméstico.

Algunos padrinos escogen hacer levantada de cruz a los seis meses o al aniversario del fallecimiento, actos que conllevan la repetición del culto anual hasta el cumplimiento de los siete años. La decisión quedará representada en la casa de los deudos con la vela en el vaso, y la mesa arreglada para ser ocupada.

Cuando se opta por la celebración anual, el protocolo es mantenido como en las anteriores levantadas de cruz. En algunos casos, el padrino solicita la visita del párroco de la cabecera municipal y paga por los servicios de una misa.

Debido a que los difuntos sólo podrán convertirse en “abuelito nahua” al séptimo aniversario de su deceso, será preciso mantener el luto mientras tanto.

 

Prácticas y creencias extendidas del ritual

De vuelta al mundo social: El final del duelo. Hasta el cumplimiento del séptimo aniversario luctuoso se espera que la familia al fin se vea libre de la tristeza, dolor, estupor y luto por su difunto, ciclo que expresará con la organización de una gran fiesta.

La importancia de esta festividad se debe a que hasta este momento se logra definitivamente la separación del muerto del mundo de los vivos (aunque no por ello se prohíba su visita anual en la Fiesta de los Muertos) y a la vez, se espera la agregación del difunto al otro mundo, que en el ideal que los habitantes de Xaltepec sería el “Reino de Dios”.

            Así como en las levantadas de cruz anteriores, el padrino tiene la obligación de regalar una para la tumba del difunto, también ropa (preferentemente blanca) para toda la familia del difunto y un “rosario de difunto” para colgar. Estas prendas deben ser utilizadas en la fiesta que marcará la culminación del luto financiada por el padrino.

            El día previo a la conmemoración del séptimo año del deceso, el padrino y sus acompañantes acuden a la casa del difunto con la familia que recibirá la cruz y nuevamente, se velará toda la noche para ser levantada al día siguiente junto con las señales que marcan el cuerpo donde se ubicó el difunto.

            Tal como se realizó en ceremonias anteriores, después del levantamiento de cruz, los “caseros” ofrecen alimentos como agradecimiento por las atenciones del padrino y una vez que éste terminó de ingerir, los deudos levantan el mantel o plástico que estaba sobre la mesa y la vela montada en el vaso, para ser apagada por última vez por los mismos. Con ello se manifiesta que el padrino cumplió con las obligaciones adquiridas en este compromiso que duró siete años.

La fastuosidad de la celebración depende del monto económico que el padrino desee aportar, ya que puede solicitar los servicios del sacerdote de la cabecera municipal para ofrecer una misa, contratar sonido musical para el baile nocturno y ofrecer aguardiente y cerveza. Los “caseros” por su parte, son los encargados de preparar los alimentos festivos.

Sin exclusión, los miembros de la comunidad y de poblaciones vecinas están cordialmente invitados a esta celebración, tal como se realiza en otras fiestas multitudinarias. Es en este espacio donde nuevamente los deudos sin el temor a la sanción social, tienen la posibilidad de reincorporarse a celebraciones comunales.

El recuerdo anual de los “abuelitos”: la Fiesta de los Muertos. Los difuntos pueden tener diversas maneras de relacionarse con los vivos en Xaltepec, como en la enfermedad o en los sueños y en la celebración anual que se hace en su honor.

Esta Fiesta abarca del 31 de octubre que es cuando se comienzan a situar las ofrendas, al 2 de noviembre que se retiran y se acude al panteón para visitar la tumba del difunto. Esta celebración se establece como un compromiso que los vivos deben realizar para así evitar la pérdida de memoria sobre aquellos que “ya no están en este mundo”, incluyendo desde los “nuevos” (o los que murieron en ese mismo año) como a los “abuelitos” (o difuntos que han cumplido más de siete aniversarios luctuosos).

La convivencia podría decirse que es armoniosa y pacífica a través del ofrecimiento de olores de los alimentos, de las flores o del copal. De este modo, los vivos sustentan las “almas” de los difuntos quienes acuden gozosos a disfrutar del festín; sin embargo, los muertos también pueden hacerse presentes con sanciones en caso del olvido u omisión de las obligaciones que se tienen hacia ellos.

            Las velas juegan un papel importante en esta celebración como lo fueron en las prácticas funerarias inmediatas. Se les relaciona con la luminiscencia que guía el camino de las almas para su encuentro con Dios y con el regreso a casa en el mundo de los vivos. Las flores también recuerdan el motivo fúnebre de esta celebración, pues las ofrendas se adornan además de cempoaxóchitl con  tzatzatzli.

A pesar de que estrictamente las “almas” no son agentes potenciales de enfermedad de “mal aire”, puesto que ya no se encuentran en relación cotidiana con los vivos, los relatos orales confirman que el menosprecio a su homenaje con alimentos y velas, o el goce de los vivos en los días destinados a los finados, pudieran desatar su furia y castigar de manera severa con la muerte.

 

Consideraciones finales

Puesto que las ceremonias mortuorias en Xaltepec tienen la finalidad de separar al difunto del mundo de los vivos y a su vez, agregarlo a su destino post mortem final, su realización debe ser llevada a cabo según las reglas del “costumbre”, es decir, la manera correcta en que ambos mundos deberían relacionarse.

            En Xaltepec, la enfermedad del “mal aire” constituye una forma de corroborar por un lado, que persiste una relación entre el espacio de los vivos y el de los muertos, y por el otro, que pese a la muerte, el individuo sigue formando parte de la comunidad. Las prácticas culturales de la muerte enfatizan en el cuidado del “alma” del difunto, pues se sustentan en una idea bipartita del cuerpo del cual, el componente inmaterial conformaría la parte esencial de la persona.

            Las prácticas culturales relacionadas a la muerte confirman a su vez, la importancia de la reciprocidad entre vivos (compadrazgo) y entre vivos y muertos (ceremonias mortuorias y recuerdo anual en la Fiesta de los Muertos), gracias a ello existe una continuidad de la memoria colectiva, que como en la concepción de la muerte de los nahuas de Xaltepec, su premisa básica es que no constituye un fin, sino una prolongación de la vida.

 

 

Bibliografía

AVILA Cortés, Luisa Gabriela (2008). “Yoloxóchitl y santuario para el corazón”: Cosmovisión, conocimiento y uso médico de plantas entre nahuas de Puebla. Puebla, México. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Título de Licenciada en Antropología Social.

CARRASCO Rivas, Guillermo y David Robichaux (2005). “Parentesco, compadrazgo y ayuda: El caso de las fiestas de quinceañeras en Tlaxcala” en David Robichaux (Comp.) Familia y parentesco en México y Mesoamérica. Unas miradas antropológicas. Universidad Iberoamericana. México. Pp. 461-492.

ROMERO López, Laura Elena (2006). Cosmovisión, cuerpo y enfermedad. El espanto entre los nahuas de Tlacotepec de Díaz, Puebla. Instituto Nacional de Antropología e Historia/ CONACULTA. México.

VAN Gennep, Arnold (2008). Los ritos de paso. Alianza editorial. España.



[1] Para estos nahuas, el “mal aire” es una enfermedad adquirible bajo dos circunstancias: La primera cuando el difunto tiene una relación directa con los vivos, es decir, durante el tiempo que el cadáver aún tiene contacto físico con éstos en las exequias (fallecimiento, velación y entierro); y la segunda, cuando pese a que no existe un acercamiento tangible entre el cadáver y los vivos, el “alma” aún lo tiene (novenario y levantadas de cruz).
Esta patología es concebida como una enfermedad altamente contagiosa, percibida como una suerte de “suciedad pegajosa” provocada por el roce de un “aire” o la parte inmaterial del individuo que se desprende cuando fallece, únicamente se percibe a través del tacto y puede dañar a niños y adultos. Los síntomas más recurrentes son mareo, inapetencia, dolor de cuerpo, cansancio, vómito, tos, fiebres; los infantes además, lloran mucho, se despiertan alterados en la noche y sufren dolores de cabeza.
Para su curación, se utilizan varias terapéuticas como las “limpias” o “barridas” (acto de deslizar una planta medicinal sobre el cuerpo del enfermo) con albahaca, canela, xómetl (sauco) o ruda bañadas en aguardiente para llevarse la patología en ésta y también, aspirar el humo de hojas quemadas de ajo, chiltépetl (chile chiltepín) y romero (Ávila, 2008: 77-103).